– En 2001-2002 usted se propone cerrar con una “introducción” el seminario público que había sostenido durante 20 años. Nos invita entonces a una relectura de las “Conferencias de introducción al psicoanálisis” de Sigmund Freud, y en el 2002 igualmente, la asociación que usted animaba, la Asociación Freudiana Internacional se vuelve Asociación Lacaniana Internacional. Usted dice que se requiere mucho valor para hablar de psicoanálisis porque su objeto siempre se escabulle y que, en 1916, Freud se proponía “convencer a un público amplio de la existencia de otra escena inconsciente en tanto recurso del sujeto para decir “¡no!” e identificar su deseo”. ¿Piensa usted que introducir al psicoanálisis actualmente representa un reto comparable? ¿Se puede todavía hablar de inconsciente freudiano? ¿Cómo caracterizar el gran paso dado desde los mitos freudianos hacia las escrituras lacanianas?
– En 1916, Freud escribía su introducción en una época en que las mentes y los corazones estaban mucho más ocupados por la guerra y por los destinos colectivos que por los designios individuales. Se sabe además de qué manera las neurosis, enfermedades de la singularidad, tienden a dejarse olvidar durante aquellas grandes catástrofes colectivas. Hoy en día estamos viviendo bajo una forma totalmente distinta, algo que es también una catástrofe colectiva y que es la ideología propia de la economía neoliberal, es decir la de una solución al problema de la insatisfacción propia de la especie humana, solución aportada por los excesos, la profusión, la diversidad, la calidad del consumo. Y vemos por igual cómo las singularidades, especialmente las del deseo, se olvidan, se pierden, detrás de aquel afán de satisfacer lo que es a su vez un ideal colectivo: el de ser un cabal consumidor, destacado por la propiedad de objetos de lujo, que lo convierte en un príncipe de los consumidores. Por lo tanto, parece que llegó a buena hora el momento de intentar atraer, seducir, impresionar a un posible lector, recordando las condiciones que son de lo humano, y que hacen que sólo pueda encontrar su salvación poniendo en orden estas condiciones. Aún más en esta época mucho más marcada que en el tiempo de Freud por la libertad de las costumbres que por la represión (refoulement), una época en que el inconsciente tiene todos los motivos para haber perdido su incidencia sexual, para haber dejado de ser el soporte de un deseo sexual. Esto hace que hoy en día los pacientes que llegan al psicoanalista puedan claramente distribuirse en dos grupos: uno tradicional, fiel seguidor de las reglas morales que hicieron el éxito del inconsciente freudiano, y otro que resulta mucho menos preocupado por liberar su deseo que por encontrar lo que podría ser lo propio, ya no en el sometimiento respecto del ideal colectivo, sino en aquello que concierne a la singularidad del individuo. Entonces me parece que escribir hoy en día una introducción al psicoanálisis, es un reto que ameritaría ser la tarea propia de los diversos grupos de analistas que existen por el mundo, pues el balance y la evaluación de la época presente permitiría tener en seguida un panorama preciso de la evolución de estos grupos, a partir de Freud y, al lado, con Lacan.
– Se me ocurre que esta diversidad de posiciones con respecto a la demanda de análisis tiene que ver con la coexistencia de funcionamientos sociales distintos, no sólo tradicionales y modernos, sino también premodernos o postmodernos. Pero usted dice que el sujeto del inconsciente nace con la operación cartesiana del cogito… Sería interesante tratar de las distintas modalidades de la relación con la religión, la ciencia y las formas de ejercicio del poder, no solamente en términos de importación, sino también de creación. Tal vez se da también una expresión de esta variación en lo que tiene que ver con el matriarcado y sus diferentes modalidades. ¿Es el patriarcado un accidente de Occidente? ¿Se puede decir que la función fálica existe en el matriarcado? ¿Se puede todavía hablar de metáfora paterna? ¿No se justifica además distinguir entre los matriarcados los que están marcados por un culto a la madre de aquellos en que el amor materno está amenazado, tal como usted lo advirtió a propósito de la postmodernidad?
– América Latina, e inclusive Norteamérica, tiene la particularidad de haberse constituido con poblaciones que, para poder convivir, tuvieron que renunciar a sus filiaciones específicas, así fuera espontáneamente, voluntariamente o porque estas hayan sido descabezadas por el invasor. En este contexto existe una nostalgia residual muy fuerte en cuanto a la búsqueda de una paternidad, de una reconstitución de la historia que resulta imposible y que asimismo expone a estas poblaciones a todos los profetas y a todos los taumaturgos que conocemos. El matriarcado, el que permitió a la vida perpetuarse en los grupos a pesar de aquel desastre, mantiene cierto valor fálico pero es un valor fálico reservado, podríamos decir, limitado a su función de perpetuar la vida, donde el sexo resulta accesorio, contingente, azaroso, efímero. Esto implica un dispositivo lógico muy diferente al patriarcado, situación que no me corresponde desarrollar aquí, pero que da cuenta de las particularidades subjetivas en estos países. Hay lugar para oponerse a un padre, en cambio una madre no deja lugar alguno para oponerse a ella. La situación de las generaciones futuras en lo que concierne a su independencia, a cómo ganar esta independencia, es mucho más delicada; de allí también la cuestión de la sucesión de las generaciones que se plantea a corto plazo, máximo tres generaciones; no se apunta más allá: abuela, madre, niño.
– Usted habla de sociedades de hermanos o de amos, en contraste con una sociedad de hijos y padres. Se pueden reconocer ciertas características, una manera de privilegiar la vida, la felicidad, el echar para adelante, en acuerdo con Dios incluso… e igualmente fenómenos de violencia o de exclusión radicales, por ejemplo en la calle, en el monte o en la extrema miseria. ¿Acaso esta configuración del lazo social no nos obliga a explorar una clínica del narcisismo y del yo, pero también, en la medida en que no todo el mundo es delirante, errante o delincuente, cómo ubicar lo que hace función de referente simbólico, lo que haría borde, corte? ¿Cómo entonces el psicoanálisis puede ser algo diferente a una ego psychology?
– Usted tiene toda la razón. Este dispositivo privilegia en la constitución del sujeto el famoso “esquema L” de Lacan en el que la imagen del cuerpo propio se constituye en la relación en espejo con una imagen ideal. Está claro que este es hoy en día el medio más común para la constitución del yo; y subsiste entre el ideal y la imagen del cuerpo propio -y esto es lo que probablemente protege de la locura- un hiato infranqueable que hace que el individuo se vea llevado a tener que soportar su inferioridad definitiva frente a imágenes soberanas, por ejemplo las de la farándula a las cuales se rinde un culto que ameritaría preocuparnos aún más. ¿Qué es esta sociedad de mímesis donde son las stars del espectáculo las que se encuentran así en posición de ideal, a tal punto que los políticos o los religiosos deben imitarlas para conseguir algún crédito entre su público. Se destina la imagen del cuerpo propio a permanecer en posición de inferioridad, y la promoción social consiste a partir de allí en aquellos realities, es decir en la propulsión a la escena del espectáculo de quien estaba hasta entonces en posición de espectador.
– En América Latina, la gente se está reconociendo cada vez más en el mestizaje, el sincretismo, el oxímoron o el híbrido, cierto politeísmo, el carnaval… es decir en una mezcla acelerada de significantes múltiples, en una dispersión donde todo opera al tiempo con el mismo valor, sin jerarquía. ¿Acaso esto modifica lo que podemos decir al respecto del gran Otro, del significante amo?
– El mestizaje de las sociedades latinoamericanas e incluso de las norteamericanas, sería un progreso considerable si fuera conceptualizado de buena manera. Es decir si no desembocara en la exacerbación de nacionalismos particulares necesariamente antagónicos, sino en crear correctamente eso que tiene que ver con la relación imaginaria con el padre, para orientarla hacia la dimensión del padre simbólico: esta prescinde de toda determinación nacionalista o étnica y, por lo tanto, podría valer igualmente para cada pueblo. La religión fracasó con el universalismo de Dios, ya es hora de que la laicidad pueda concebir correctamente la universalidad de la función paterna.
– ¿Qué implicaciones a partir de ahí para las asociaciones de psicoanalistas y la transmisión del psicoanálisis?
– Las asociaciones de psicoanalistas se distinguen fácilmente, no por las particularidades de sus líderes, sino por las modalidades de su relación con los textos fundadores. En general podemos encontrar devotos o herejes. Un buen analista no es ni lo uno ni lo otro, ya que el propósito de una cura es el aprendizaje de una lectura correcta, en primer lugar de su propio inconsciente, es decir una manera de estarle menos sometido para poner plenamente a prueba las posibilidades de su deseo.
París, 26 de febrero de 2009.