Vamos a comenzar estableciendo algunos criterios de contextualización del trabajo. Esto hace parte de una disertación doctoral que trataba de entender un fenómeno que yo observaba hace alrededor de quince años analizando los censos parroquiales. Soy historiadora y los historiadores usualmente trabajamos con esos documentos viejos y tratamos como de reconstruir la historia a partir de eso, a partir de una documentación que parece que nosotros privilegiamos y me encontraba con un hecho supremamente interesante: que en las parroquias de Santafé de Bogotá, en el siglo XVIII, eran cuatro parroquias, estaba consignada la población que vivió en Santafé de Bogotá en el siglo XVIII; más que en ningún otro documento, es en los archivos parroquiales donde se encuentra la población. Entonces yo era demógrafa en ese tiempo y quería hacer la reconstrucción de la población de Santafé de Bogotá en el siglo XVIII; el siglo XVIII es el último de la Colonia. Me encontré con que el 70% de los niños que llegaban a ser bautizados, durante un siglo, cien años, eran niños ilegítimos, eran niños de madre soltera; aparece la madre, aparece la madrina que lleva el niño a bautizar y aparece el niño, niño tiene el apellido de la madre: « Luis, hijo de Juana Pérez: Luis Pérez », y así quedaba registrado. No aparecen hombres en esos registros, solamente dos mujeres y el niño o la niña y esa situación, sistemática, de golpe me preocupó mucho, porque parecería que en Santafé solo hubiese mujeres, madres solteras, con hijos que llevaban el apellido de la madre.
Este hecho, yo tenía que confrontarlo y era muy complicado, realmente el hecho de una ciudad femenina, pues supuestamente Santafé era una ciudad de mujeres, y esto me llevó a interesarme en los estudios sobre las mujeres. De esa manera mi vida tomó otro rumbo, mi vida y mi trabajo como investigadora, y a raíz de eso fui a hacer un doctorado en historia, buscando cómo interpretar esos datos que encontraba allí y que no eran fáciles de descifrar, es decir, que yo no sabía qué lectura darles.
Bueno, pues mis estudios de doctorado me llevaron a hacer una tesis doctoral en torno a esas mujeres, es decir, ¿cuáles son esas mujeres que tienen hijos naturales y que viven al margen de la legalidad del estado colonial? De eso surge un poco este trabajo que va a publicarse en un libro que se llama « Los hijos del pecado », porque todos esos niños eran hijos del pecado, así lo determinaba la legislación colonial. Eso es como los antecedentes de este trabajo, la búsqueda de las mujeres y de unos niños que eran niños sin padre y que conformaban el grueso de la población santafereña, porque estos datos son sistemáticos: aumentan más bien, aumentan de un 50% del total de niños bautizados que eran ilegítimos, hasta llegar a un 80% al final de la Colonia, es decir, el 80% de la población infantil estaba constituida por niños que habían nacido por fuera del matrimonio.
Esto era muy grave en el siglo XVIII, porque la legitimidad de la familia era como el eje de construcción social más importante, es decir, la legitimidad garantizaba los cargos en el Estado, garantizaba los cargos en la administración pública; solamente el hijo legítimo podía emprender negocios importantes, es decir, podía ser comerciante legalmente reconocido por la Corona, solamente la persona legítima podía casarse en forma legítima, podía heredar, es decir que toda la serie de garantías que daba el estado colonial era garantías que estaban restringidas a la población legítima, la población que podía testificar un « origen limpio », así se llamaba.
Bueno, para meternos un poco en materia, como ustedes no son historiadores o tienen ideas un poco vagas de cómo era la sociedad en la Colonia, quiero empezar por eso: mostrar cómo era esa sociedad y qué valores había allí, cómo era el estado, qué tal era la función del Estado con relación a la sociedad, etc., para tener como un piso de donde arrancar.
Como les decía, este trabajo se sitúa en el siglo XVIII y más concretamente en los últimos cincuenta años del XVIII y los primeros del XIX, antes de la Independencia; y esa sociedad colonial, el último período de la Colonia, estuvo muy marcada por unas reformas profundas que buscaron hacerse, unas reformas que para los que trabajan en el Estado Nacional se constituyen en el comienzo: las reformas borbónicas, que son como el comienzo de la formación de la identidad nacional, de la integración nacional, de lo que va a ser el Estado colombiano.
Lo que encontré, es que esa sociedad y ese régimen borbónico, lo que hacen, es agudizar una serie de conflictos entre la sociedad, conflictos que se marcan o que yo pretendía analizar a partir de tres variables: el conflicto racial, y ahora me detengo en eso, el conflicto social y el conflicto de género; son como tres grandes vertientes que de golpe se enmarcan dentro de una situación de reformas borbónicas y que van a generar una ruptura muy profunda en la sociedad de Santafé de Bogotá, ruptura que se va a traspasar a la República, es decir, estos problemas de carácter social, racial y de género, van a ser los tres mojones desintegrados donde se monta la República, donde se monta el Estado Nacional.
¿Cómo es desde el punto de vista racial la sociedad colonial? La sociedad colonial en el XVIII es una sociedad muy racista, y ese racismo se diluye mucho si no se buscan los documentos, si no se hace una lectura de cómo se categoriza la gente, eso queda un poco como en las nebulosas, las mismas nebulosas en las que hemos vivido nosotros durante todos estos años desde la colonia hasta el siglo XX; nosotros supuestamente somos una sociedad muy democrática, no nos fijamos ni en el color de la piel, ni en la raza, ni en nada de esto, pero resulta que cuando se leen los documentos se aprende un hecho supremamente doloroso y es que es una sociedad basada sobre unos criterios de discriminación muy fuertes; en el siglo XVIII la gente que se iba a casar… voy a darle la vuelta al argumento: no había matrimonio entre desiguales desde el punto de vista racial, no estaban permitidos los matrimonios entre desiguales, es decir por ejemplo, un blanco que fuera un Don (Don era un título nobiliario -no era tan nobiliario: casi todos los blancos eran Dones) y que pensaba casarse con una mestiza, si su familia no estaba de acuerdo, podía perfectamente dañar el enlace y presentar un disenso ante las autoridades. Ese disenso estaba plenamente justificado porque la legislación sobre matrimonios decía que no se podían casar cuando había desigualdad racial; cuando el matrimonio que pensaba realizar un blanco era con una persona de raza « manchada de tierra », lo que quería decir de raza indígena, o de grupos mestizos, o de raza negra, eso era un motivo suficiente para impedir el matrimonio. Como ustedes se imaginarán, la mayoría de la población estaba manchada de la tierra.
Entonces el matrimonio con el tiempo se convierte en un dispositivo de separación, de segregación racial. Pero había otro fenómeno muy interesante: a pesar de todas estas disposiciones legales para impedir los matrimonios interraciales, se produjo un fenómeno que asustaba a las autoridades, el fenómeno del blanqueamiento, de la mezcla de razas. Colombia posiblemente sea el caso más característico, más excepcional del mestizaje racial. En ninguna otra región colonial de Hispanoamérica el mestizaje fue tan rápido y tan completo como en la Nueva Granada. En México hubo zonas de mucho mestizaje, por ejemplo: la región central, y las zonas periféricas fueron zonas que mantuvieron una identidad indígena muy marcada. En el Perú, que era la otra parte importante del imperio, no hubo tanto mestizaje, o éste fue más bien urbano pero la mayoría de la población vivía en las montañas, y también se preservó la etnia indígena; pero el caso colombiano es un caso excepcional, que no ha sido abordado por ninguna de las ciencias que yo conozco, ni siquiera por la antropología, y es el caso de que somos una sociedad eminentemente mestiza. El territorio nacional es un territorio que se mestizó muy aceleradamente en el siglo XVIII, se extinguieron las lenguas indígenas y hubo todo un proceso de aculturación dentro de patrones de la sociedad blanca.
Logré establecer que, para Santafé de Bogotá, el mestizaje fue sobre todo un fenómeno del siglo XVIII. Al final del siglo XVIII, 50% de la población era mestiza; el resto estaba constituido por 18% de blancos pobres, por una pequeña porción de población blanca peninsular que respetaba mucho los matrimonios intraétnicos, por 4% de población negra (aquí en Santafé de Bogotá), y nada, casi nada de población indígena. Es decir que estábamos frente a un proceso de blanqueamiento y así se llamaba y se designa en los documentos históricos: la población se estaba blanqueando, pero no a través del matrimonio católico, sino a partir de un proceso de mestizaje muy dinámico, muy acelerado, proceso que se estaba llevando a cabo al margen de la institucionalidad, al margen de la normatividad matrimonial; se estaba llevando a cabo a través del concubinato, a través de las uniones libres, a través de las uniones temporales, transitorias, a través de todos los caminos que el estado prohibía. Tampoco el Estado propiciaba las otras vías que eran las vías legítimas, las del matrimonio normativo. Entonces ese fenómeno es supremamente interesante, es decir ¿qué significa históricamente que la población se haya blanqueado? Ese era el ideal de todos los grupos étnicos: blanquearse, y era el ideal porque era el acceso a unos privilegios que se adquirían. Es decir, el pertenecer a los sectores blancos garantizaba una serie de privilegios que no tenían los grupos mestizos, los indígenas ni los negros. Por ejemplo:
– Los castigos: los castigos frente al crimen eran penalizados en forma diferente de acuerdo con el color de la piel, y mientras se establecía legalmente cuál era el color de la piel, se esperaba para determinar el castigo.
– La herencia: el patrimonio se traspasaba solamente a la prole legítima, sólo ella recibía la herencia.
– Los cargos públicos: el color era indispensable para tener un cargo en la administración del Estado.
Es decir: había una serie de privilegios que estaban dados por el color de la piel, y entonces el blanqueamiento era indispensable para lograr eso. De alguna manera la determinación del color colocaba a las autoridades frente a unas categorías distintas, con relación al individuo que estaba solicitando alguna prebenda del estado.
Bueno, entonces hay una cosa interesante y es que este blanqueamiento de la población genera una serie de problemas de carácter institucional y de carácter económico también. La sociedad de Santafé es una sociedad relativamente pobre, aquí no se presentan las riquezas, ni los negocios de tierras, ni los negocios con ultramar que se presentaron en México, por ejemplo. Aquí las fortunas son fortunas más bien pequeñas, no había oro, tampoco había explotaciones de plata comparables a las de Potosí, no teníamos bienes agrícolas como para que nos constituyésemos en un territorio muy deseable por la metrópoli. En esencia era una sociedad de clase media, diríamos hoy, sin riquezas extraordinarias, no teníamos una clase nobiliaria fuerte, como el caso de México – siempre lo pongo porque es como el otro polo. Al final de la colonia había 50 familias nobiliarias en México, aquí solamente teníamos un marqués, el Marqués de San Jorge y ese marqués nunca legalizó sus títulos porque no tenía plata para pagar lo que valía un título de marqués, que era pues el rango inferior; condes ni hablar, duques no había de eso nada por acá. Era una nobleza muy pueblerina, pobre, que vivía de los cargos públicos, no vivía de las explotaciones mineras, de nada de eso. Y los cargos públicos eran cuidados, y posiblemente una de las actividades que más llevaba a que se cerraran filas en torno a esa noblececita era justamente proteger, mantener el monopolio de los cargos públicos y para tener un cargo público se tenía que ser blanco, hijo legítimo, sin manchas de sangre, etc… Es decir, esa pobreza de la sociedad colonial santafereña, de la sociedad colonial nobiliaria, la llevó a separarse y a generar una serie de mecanismos que la apartara del populacho, de la sociedad plebeya…, esa era la categoría: « sociedad plebeya ».
Pero fíjense ustedes que aquí había un problema serio y era que con el blanqueamiento, esa minoría criolla y peninsular no se diferenciaba mucho de los plebeyos, como era el caso en México, donde la minoría criolla era blanca y el resto era indígena: aquí el fenómeno del blanqueamiento llevó a que las barreras del color se diluyeran y a que entonces se reforzaran otras barreras, como fue esta barrera del acceso matrimonial. El matrimonio, más que en ninguna otra región de Hispanoamérica se convirtió en el dispositivo de separación grande entre los grupos, y a finales del XVIII, cuando la América Latina vive un « boom » económico -« boom » que nos llega especialmente a nosotros por lo que les relataba de nuestra relativa pobreza- entonces la posición, el poder de las élites se concentró cada vez más en la administración; acuérdense que nacimos como virreinato y Santafé de Bogotá adquirió la categoría de capital virreinal, que no tenía antes, eso fue a finales del XVIII; entonces, esa categoría de capital virreinal hizo que se consolidara mucho ese carácter burocrático de Santafé y del territorio nuestro, del territorio que hoy es nacional.
Esta necesidad de separarse llevó a una clara ruptura entre la sociedad plebeya y la sociedad nobiliaria, la sociedad aristocrática que fundamentaba su poder en cosas como el honor, y el honor volvió a convertirse en algo muy importante a finales de la colonia. ¿Y qué era el honor? El honor era algo muy inasible pero al mismo tiempo tremendamente concreto, es decir, tenían honor los católicos, los cristianos de vieja data. Eran llamados honorables los cristianos de vieja data que tuvieran riquezas, que tuvieran propiedades, que no tuvieran mezcla con las razas malas, las razas manchadas de la tierra, que fueran legítimos y que pudiesen probar su legitimidad cuatro generaciones atrás. Estos sectores sociales que podían probar eso, hacían parte de esa minoría nobiliaria. Evidentemente que el honor era distinto para las mujeres y para los hombres, es decir, el honor del hombre estaba constituido por la ausencia de mezcla, por su catolicismo ascendral y demostrado de generaciones viejas, por la capacidad de tener servidumbre, de tener una casa grande y bien nutrida y por la capacidad de generar respeto en otros; el honor no era solamente un sentimiento, una serie de valores que yo tenía, sino también la capacidad de que la otra gente me reconociera y que era una persona honorable.
Para la mujer el honor estaba centrado en su virginidad, en la doncellez, y esa virginidad, de alguna manera, era una responsabilidad no solamente personal de la mujer, sino también una responsabilidad familiar. La mujer debía proteger su virginidad para proteger a la familia y para proteger al grupo social. El hombre, de todas maneras, a pesar de tener un honor distinto al de la vergüenza de la mujer – así se llamaba: « tener vergüenza » y mantenerla era una de las virtudes de las mujeres de cierto rango, y la vergüenza era la virginidad – el hombre también, dentro de esa sociedad patriarcal, era el responsable de la doncellez de sus mujeres y generaba toda una parafernalia de protección. Las mujeres de los sectores nobiliarios no podían salir solas a la calle, no podían andar solas, siempre debían estar protegidas por la parentela o por la servidumbre, no debían realizar trabajos fuera de la casa o trabajos domésticos. De alguna manera, lo que garantizaba la doncellez de las mujeres era el tener también garantizado un protector. Los hombres se constituían en protectores de la honra de las mujeres.
Es decir, esos eran los valores de la sociedad patriarcal de Santafé: el honor masculino, la doncellez femenina, la protección en aras de mantener, por un lado, la prestancia honorífica de la familia, pero toda esa parafernalia del honor garantizaba también la consolidación de las propiedades. Es decir, el matrimonio, de alguna manera era un intercambio o un aumento de las propiedades familiares, no existían cuerpos jurídicos que lo garantizaran por otro lado, mas que de las acciones que tomara la clase noble, entonces una de las formas de mantener la propiedad era mantener la virginidad de sus mujeres y el honor y el buen nombre de los varones para garantizar buenos enlaces y para mantener y acrecentar la propiedad. Era la forma de mantenerse dentro de una posición de poder. Nada más garantizaba esto.
Dentro de esa categorización la doncellez de la mujer juega un papel fundamental, porque una mujer que pierde la virginidad, automáticamente baja en la escala de la cotización matrimonial, es decir, la mujer ya no se puede casar bien cuando ha perdido la doncellez y se vuelve muy difícil casar a esa mujer o se va a tener que hacer una serie de negociaciones que, de alguna manera, lesionarán el patrimonio familiar. Es decir, va a tener que casarse mal o va a tener que mantenerse soltera, lo que era una vergüenza, sobretodo por ese tipo de razones.
Esos eran los valores de esta sociedad. Pero ¿qué era lo que garantizaba el honor y la pureza de sangre, o contra qué otra clase se contrastaban estos valores? Se contrastaban con la otra clase que era manchada, que era indígena, que no tenía recursos económicos que proteger, no tenía propiedades que proteger y por lo tanto los conceptos de honor y de vergüenza no tenían, digamos, una funcionalidad social. Contra esa aristocracia estaban los infames y así se les denominaba; en los textos históricos aparece como la población infame y la población infame es la población que no tiene fama, que no tiene honor, que no tiene que guardar ni tiene que preservar; la cosa de la legitimidad de la prole no tiene mucho sentido, porque la legitimidad de la prole está en relación con una utilidad social dentro de la sociedad colonial, pero la sociedad plebeya no tiene esa necesidad de proteger la legitimidad de la prole, no tiene riquezas que proteger, ni tiene matrimonios que negociar, entonces la virginidad no tiene realmente valor.
Ahora, ¿por qué digo que no tiene valor? Recuerden ustedes que la población mestiza es una población que es el resultado de la mezcla de dos culturas: la cultura indígena americana y la cultura española, y dentro de la cultura indígena todos estos valores carecían de sentido. Es decir, dentro de la cultura indígena los matrimonios no tenían el carácter monogámico, patriarcal, protector de propiedad, etc., que tenía el matrimonio entre la sociedad blanca; tenía otra funcionalidad, tenía otra ritualidad, tenía otro tipo de condicionamientos sociales diferentes a los españoles y por ejemplo el concepto de virginidad dentro de los chibchas se manejaba distinto, mejor dicho: la virginidad no tenía mucho valor; al revés, las mujeres más apetecidas para el matrimonio eran las mujeres que tenían cierta experiencia sexual y eso era considerado un valor dentro de la sociedad indígena.
Dentro de la sociedad indígena el rol de la madre era central, al revés que dentro de la sociedad blanca, que es una sociedad patriarcal donde el eje de la familia lo da el padre, que es el que transmite la herencia. Entre los indígenas, al menos en esta parte de la sabana de Bogotá, la madre era el eje de la constitución familiar y era la madre la que transmitía la herencia, no el padre; el padre era un accidente dentro de la organización matrifocal y matrilineal indígena. La madre permanecía, el padre iba y venía. No importaba si no estaba. Los hijos recibían la herencia de la madre e inclusive, dentro de la localización familiar, los hijos seguían el territorio de la madre, porque era ella la esencia, el eje de la cultura.
Estos valores, aunque muchos historiadores digan lo contrario, permanecieron en la cultura familiar santafereña. La adhesión a valores femeninos, el rol de la madre en la familia, permaneció; mestizada, pero de todas maneras el eje lo siguió constituyendo la familia de carácter matrilocal. Entonces esta situación fue supremamente ambivalente porque, por un lado, la sociedad santafereña se comportaba en acuerdo con patrones indígenas que se habían preservado, pero por otro lado, la sociedad española estaba generando un modelo de familia distinto. La norma decía que el Estado debía generar políticas que llevaran a la implantación de formas de socialización hispánicas. Todas las prácticas, los decretos, toda la legislación iban en esa dirección, la de la incorporación de la población indígena a la sociedad blanca, pero con una ingenuidad extraordinaria, porque dentro de la concepción peninsular se buscaba que por un lado se integrara, pero que por otro lado se mantuviera separada la población indígena de la población blanca.
A ver si me explico: el concepto de organización hispánico era la república de blancos y la república de indios. La república de blancos tenía su propia constitución, etc., y la república de indios tenía su propia localización geográfica, pero la legislación matrimonial, el catolicismo, el endoctrinamiento de los indígenas era una tarea del Estado, es decir, se procuraban dos cosas que eran opuestas: por un lado, integrar y por el otro, mantener racialmente separados a estos dos mundos: el de los blancos y el de los indígenas. El resultado es que estos dos desaparecen, o tienden a desaparecer en aras del mestizaje, es decir, desde que llegaron los primeros españoles hubo mestizaje, pero se genera una situación supremamente paradójica y es que el mestizo no tiene reconocimiento.
El mestizo es invisible, no hay legislación sobre mestizos. No hay un nicho económico para los mestizos, no hay un espacio geográfico para los mestizos. Los mestizos no existen. Existe la república de indios y la república de blancos y existe una supuesta integración normativa de estos dos mundos que empiezan a disminuir a velocidades fantásticas. Lo que se va a generar es una sociedad mestiza que no tiene espacio en la legislación. No hay ninguna legislación sobre el mestizo. Los mestizos no están ubicados ni en el comercio, en nada. No existen, sencillamente.
Fíjense ustedes en esta situación tan interesante, los mestizos no tienen espacio, pero son el grupo racial más dinámico que va a acabar con todo lo demás, que va a acabar con todos los otros grupos, generando una psicología que está en aras de construirse, de estudiarse. ¿Quién es el mestizo? El mestizo es el avivato, él que no tiene leyes, que no tiene cómo participar pero que participa, que no puede casarse pero que produce mestizos todos los días, que no puede blanquearse porque está prohibido pero que se blanquea constantemente, que está al margen de la ley pero que le saca ventajas a la ley, que trampea, que contrabandea. Nuestra sociedad colonial es una sociedad de contrabandistas, ¿verdad? Porque no existen vías legales al comercio, los mestizos no comercian, les está prohibido pero entonces se inventan el contrabando, y éste fue una de las actividades más robustas, sistemáticas y permanentes durante todo el período colonial; los mestizos vivían dinámicamente, en una forma muy activa, pero al margen de la ley, al margen del matrimonio, al margen de la legislación, etc, etc…
No sé si voy aclarando una serie de cosas que caracterizan a la sociedad colombiana del siglo XX, es decir que la ley no nos contempla -sí, soy mestiza-, pero ahí estamos, ahí estamos viviendo e innovando constantemente.
Una vez esclarecido un poco lo de las razas en esta sociedad organizada en torno al color de la piel, es preciso notar un hecho interesante y es que frente al blanqueamiento acelerado, la Corona se inventa el sistema de las castas. El sistema de castas es un sistema que determina el color de las personas y determina su puesto en la sociedad de acuerdo con el color, o más bien, no su puesto porque realmente las castas son los mestizos, y no tienen puesto en la sociedad, pero de alguna manera hay que saber dónde están… para impedir que nos desbanquen; es más o menos la lectura que se hace del sistema de castas como una clasificación de los mestizos de acuerdo con el color, y se llegó a establecer una tipología de 64 posibilidades de mestizaje.
El mestizo, que era mitad indio, mitad blanco; el cuarterón, que era un cuarto indígena y tres cuartos blanco; el ochavón, que era un octavo indígena y siete octavos de blanco; ese ochavón, si se casaba bien o se amancebaba bien, pasaba a ser castizo, es decir blanco, otra vez. Había otras categorías como tente en el aire, o salto atrás; los saltoatraces, así se les llamaba, eran los que habían llegado hasta cierto nivel de blanqueo y habían cometido la estupidez de mezclarse con otra categoría inferior, y por eso eran supremamente gráficos. Salto atrás y empezar de nuevo; o la mezcla hasta aquí llegó y ya, de acá para adelante tente en el aire, estese ahí y mejore, y no eche atrás. Eran 64 categorías.
Evidentemente esto era un ejercicio intelectual porque nadie podía establecer con quién se amancebaba la gente, con quién se unía y cuál era el porcentaje y además nadie hacía cuentas, nadie hacía esos cálculos. Lo que sí había era un afán de blanqueamiento porque éste llevaba al mejoramiento de las condiciones de vida de los mestizos. Eso era.
Desde el punto de vista social, la división era entre plebeyos y aristócratas, en relación con las posibilidades dentro de las condiciones de vida materiales. La sociedad plebeya era la sociedad que no tenía oficio, eran los aprendices en las artesanías, eran los que tenían su tallercito, su negocio y desde el punto de vista de la población femenina que trabajaba, eran las chicheras, el grueso de las mujeres plebeyas tenía su negocio de chicha; ésta era la actividad femenina mestiza por excelencia, actividad que sufrió todos los rigores de la administración borbónica a partir de la segunda mitad del XVIII, y una de las historias hermosas que está por hacerse es la de la persecución a estas mujeres, que eran autónomas y tenían solvencia económica porque en esas chicherías vendían de todo, velas de cebo y mogollas, vendían telas, vendían pues las pocas cosas que se producían en Santafé de Bogotá en el siglo XVIII. Pero también eran tertuliaderos y en las chicherías se definió la independencia, por ejemplo, se armaban las rebeliones, se armaban los problemas, o se levantaban contra el fiscal o contra la audiencia que aumentaba el costo de los bienes y que impedía el comercio urbano, etc.; eran focos de una actividad política extraordinaria y una de las cosas interesantes que encontré es la legislación contra las chicheras; ahí hay documentos que le pueden a uno producir dos o tres libros, con todo lo que se legislaba y por qué se legislaba contra las mujeres; usualmente a las chicheras se les denominaba indistintamente como prostituticas o mestizas, las prostituticas chicheras. Para la administración colonial eran los focos de infección social más graves que tenía Santafé de Bogotá. Esa era una de las actividades que tenían las mujeres plebeyas.
Otro hecho interesante de esta sociedad del siglo XVIII es la población femenina. Este es un dato también muy inusual. Estaba mirando estadísticas de otras ciudades coloniales en el siglo XVIII y ninguna presentaba algo similar a los rasgos de Santafé de Bogotá, o sea que desde el punto de vista demográfico, 65% de la población urbana era femenina. Miren ustedes qué hecho tan interesante: el 65% de la población estaba constituida por mujeres. Yo hice el análisis por las distintas razas: indígenas, mestizas, negras, blancas, etc., y en todos los grupos siempre había más mujeres que hombres, sobre todo entre los blancos, había mucha población femenina: 63%. Ustedes dirán que un grupo humano usualmente tiene 51% de población femenina, es decir, por pura demografía, nacen más hombres -la proporción es de 105 hombres por 100 nacimientos de mujeres, pero mueren más hombres en todos los grupos de edad-, pero en una sociedad dijéramos normalmente constituida donde los rasgos de morbilidad y de mortandad sean normales, la mitad de la población está constituida por mujeres, la mitad por hombres; si es urbana hay más mujeres que hombres y si es rural hay más hombres que mujeres, pero las diferencias demográficas no suelen ser tan marcadas. El 65% significa que hay una población femenina muy grande. Ahora ¿por qué? Por migración, no por diferencias entre nacimientos… [interrupción de la cinta magnetofónica] y eso crea condicionamientos sociales muy particulares, uno de ellos siendo la posibilidad frente al matrimonio. Hay demasiadas mujeres y no hay suficientes hombres como para que haya una tasa de nupcialidad equilibrada; como el grueso de la población es mestizo, hay mucha mujer mestiza suelta – término que se usaba en la descripción que hacían los documentos reales « las mujeres sueltas » y que tenía una connotación valorativa muy cargada. Recuerden ustedes que la mujer debía estar protegida y estar en la casa y tener siempre quién la representara; las mujeres que no tenían quién las representara, que no tenían marido, ni padres o hermanos… las que no tenían la parafernalia de protección, que tenían que ir a buscar trabajo a la calle eran las mujeres sueltas, automáticamente valoradas en forma muy negativa. Es decir, las mujeres que trabajaban eran vistas como en una situación no deseable para la Corona, y resulta que la mayoría de las mujeres en Santafé de Bogotá tenían que trabajar.
Una de los ejercicios que hice en mi trabajo fue determinar el tipo de familia que se presentaba en Santafé de acuerdo con la tipología de Peter Lasler, demógrafo inglés, que ha sido el padre de los estudios de familia a partir de los domicilios y del hecho de la convivencia; entonces tomé la tipología de Lasler y la apliqué acá: evidentemente me salió una cosa distinta, un dato supremamente interesante. En Santafé de Bogotá, el porcentaje de mujeres que eran jefas de hogar llegaba al 49%. El 49% de los hogares en Santafé de Bogotá a finales del siglo XVIII tenía jefatura femenina y el único soporte de esos hogares era el ingreso, no el salario, de las mujeres. La mitad de los hogares eran responsabilidad de las mujeres.
Otro rasgo interesante es la escasa población infantil, confirmando otra ley de la demografía que dice que cuando las familias o las relaciones son muy transitorias, cuando se presenta una multiplicidad de compañeros, la tendencia de la fertilidad es a disminuir en la sociedad santafereña la población no crece tan rápidamente como en otras partes y posiblemente eso está de alguna manera correlacionado con el tipo de organización familiar, que es matrifocal, dirigida por una mujer, nuclear; eso es otra cosa muy interesante que encontré: el 63% de los hogares en Santafé son nucleares, no son familias extendidas, no son familias grandes, no son familias donde haya varias generaciones, pero la constituyen mujeres solteras con su prole, o mujeres viviendo en un solo cuarto, o mujeres con sus dos hijos (el promedio era dos, tres hijos, viviendo en una pieza), ese era más ó menos el rasgo.
Es decir, hay toda una tipología que no se conocía, que no conocía, ningún trabajo se había ocupado de eso, de ver la importancia de la mujer como jefe de hogar, la nuclearidad de la familia, son familias pequeñas y el escaso número de niños por familia.
Esto es muy interesante porque eso le explica a uno, le da elementos para entender la sociedad de Santafé. En Santafé, para un lector desprevenido de los documentos, las relaciones entre las castas, entre las clases y entre los géneros son muy democráticas porque, primero, no hay una arquitectura hermosa o imponente como la de Lima, por ejemplo. Las casitas son pequeñas, la casa más grande que había en Santafé era la del marqués de San Jorge y si ustedes la han visitado, es bonita pero nada comparable con esas mansiones bellísimas de México. En general son casas grandes de dos pisos, como la casa del Florero -esa era una de las más lujosas- y usualmente, tal como se manejaba el espacio físico, algún señor de esos, por ejemplo un abogado de la Real Audiencia, vivía con su parentela, su servidumbre y sus esclavos en el segundo piso y dividía el primer piso en piezas, en cuartos, doce, quince, veinte, veinticuatro cuarticos, y los arrendaba a indígenas, a familias mestizas o a familias de blancos pobres; ese era el tipo de dinámica habitacional de Santafé, en esos cuarticos no había servicios sanitarios, no había nada, allí vivía la familia, cocinaba y si tenía un negocio entonces ese cuarto se llamaba pulpería o chichería y entonces debajo del señor vivían doce familias, de estas nucleares.
Esa convivencia no significaba, desde ningún punto de vista, una armonía social; compartían la vivienda pero había unas separaciones sociales y unas contradicciones extraordinarias.
Esto en síntesis es la ciudad de Bogotá con su gente, ahora quiero referirme un poco a esos niños ilegítimos y a esas familias de amancebados. Ya hemos hablado más o menos de lo que significaba el matrimonio católico: era monogámico, patriarcal, fundamentado sobre las leyes de la herencia, de la legitimidad de la prole, etc.
¿Por qué la otra gente no se casaba? Si la iglesia católica proclamaba que deberían casarse y hacía de golpe jornadas matrimoniales, la gente prefería no casarse, o eso es lo que se cree. Esa era una pregunta que me hacía. ¿Por qué la gente no se casaba? Un documento supremamente interesante me dio la clave; por un lado, ya tenía una serie de argumentaciones, la gente mestiza traía toda una serie de valores supremamente ambiguos con relación al matrimonio que hacía que no se le veía la funcionalidad. Por otro lado, la legitimidad no tenía tanto sentido, tener hijos legítimos o no, si al fin y al cabo eran hijos aceptados por la comunidad del vecindario; no había necesidad de garantizar eso para la herencia pues lo que heredaban ellos, pues era muy valioso, es decir, los pleitos que yo leí eran pleitos absolutamente fascinantes, ¿por qué peleaba la gente? peleaba por una mantilla de hilo que se había llevado el marido o por un faldín que se había perdido, o por unas cucharas de palo, o por unos tiestos, se peleaban por este tipo de cosas. Lo que para nosotros no vale mucho, para ellos era todas sus posesiones terrenales.
En todo caso, la gente no tenía el concepto de la herencia, de dejar a los hijos, de casarse para garantizar que estos bienes se traspasaran a los hijos, sin embargo, pues yo creía un poco que por esa razón la gente no se casaba pero me encontré un documento que me matizó un poco la cosa.
Resulta que para casarse se necesitaba pagar una serie de derechos y un abogado que vino a estudiar eso, ante la pregunta mía de por qué la gente no se casaba y prefería vivir en concubinato, empezó a investigar cuál era el costo de un matrimonio, qué se necesitaba para casarse, etc… y empezó a hacer averiguaciones, a investigar sobre cuánto ganaba la gente y llegó a las conclusiones de que un matrimonio para una persona cualquiera equivalía al salario de año y medio de trabajo de un jornalero, solamente para poder pagar los derechos matrimoniales, las libras de cera, pagarle al escribano, al cura, al sacristán, pagar las proclamas, independientemente de otros gastos. Es decir refiriéndose al salario de un jornalero del barrio Las Nieves, barrio popular por excelencia, se necesitaba año y medio de salario para pagar el matrimonio. Desde el punto de vista económico el jornalero no podía casarse y eso que el jornalero ganaba el jornal, tenía cómo hacerle frente a un gasto extraordinario, pero la mayoría de la gente no ganaba ni siquiera el jornal. Entonces, desde el punto de vista económico, había una barrera insalvable para el matrimonio. Otra de las razones por las cuales la gente no se casaba era que los novios tenían que demostrar legitimidad de origen, tenían que llevar sus certificados de la parroquia donde habían sido bautizados, donde se garantizara que eran legítimos, y la mayoría de la población no podía proveer eso.
En resumen, había una serie de barreras insalvables para que se diera un matrimonio; entonces uno se pregunta ¿por qué? cuando la Corona española decía « es mejor que todos se casen » y que en la realidad no habían posibilidades de matrimonio. Pues, la razón que me daban los datos que estaba investigando es que realmente no había ningún interés de las élites locales para garantizar el matrimonio de los plebeyos. Es decir, se generaban barreras para impedir la legitimidad de la población mestiza, sencillamente porque esto se veía como peligroso para la manutención del poder y del control social de la población peninsular.
El resultado es una población ilegítima, como señalaba al comienzo de la conferencia, extraordinariamente alta. Es decir, la población que llegó al período republicano era una población que desde el punto de vista de la conformación familiar y de la conformación social era ilegítima. La pregunta de fondo que me hacía al final del trabajo era ¿y esto que tiene que ver o qué relaciones habrá entre esa ilegitimidad de los espacios sociales, de los espacios familiares con la conformación de la nacionalidad colombiana en la República, es decir, qué consecuencias tiene esta mirada. Fíjense ustedes que ésta es una mirada desde lo puramente privado, la mirada que yo tenía de la sociedad santafereña era una mirada desde la vida de los sectores más desprotegidos, desde lo cotidiano, pero sin excluir lo público, porque esa dicotomía para las sociedades históricas es falsa. Es decir, en la sociedad colonial no se puede hablar de espacios privados y espacios públicos. Hay un solo espacio, es el espacio de lo privado que tiene una serie de arandelas, que tiene una serie de conexiones con los espacios públicos, y fundamentalmente esa dicotomía no funciona para el análisis de sociedades coloniales o premodernas, inclusive no creo que funcione mucho para sociedades modernas, la división entre lo público y lo doméstico, lo privado.
Es decir, ¿qué consecuencias trae para la sociedad colombiana esta supuesta y tremenda anomia -yo no la veo esencialmente como anomia- de esas conformaciones familiares tan valiosas como la católica. Esa es una de las conclusiones del trabajo. A pesar de tener toda esa carga del gobierno colonial, esa carga moral, las familias, los barrios de población mestiza eran barrios donde había una dinámica social muy intensa donde los niños del pecado eran aceptados por la sociedad, por la sociedad comunal, donde no había presiones insalvables para que la gente pudiese realizar su vida al margen de las garantías del estado colonial, pero también ese margen existía.
Pero la pregunta de fondo era ¿qué pasa con esta sociedad ilegítima, con esta tremenda segregación entre una minoría blanca y la mayoría mestiza en el período republicano? En los libros que consulté ya no aparecen las categorías de mestizo, indio, negro; todos somos ciudadanos. Desaparecen esas categorías, desaparecen las categorías formales, y sin embargo, la misma separación, la misma segregación continúa en el período republicano; no trabajé este periodo pero una de las preocupaciones mías, es que esta desintegración y esta ilegitimidad al interior de la sociedad colombiana ha dificultado enormemente la integración política en el siglo XX.