Saludos a quienes comparten este Seminario, aquí y allá, en este intercambio que bien podemos llamar de psicoanalistas ALI sin fronteras, aunque con bordes y matices.
Queremos dar las gracias al Comité organizador por incluir esta “mesa ecuatoriana”. Agradecer también a los miembros del Grupo La letra y la Asociación abcdario, por conseguir que nos reunamos en este auditorio de la CIESPAL[1] en Quito de manera presencial. Y gracias a Felipe Díaz por hacer posible que nuestro trabajo sea escuchado en la lengua de Jacques Lacan.
Dado el tiempo necesario para la traducción, haré una presentación minimalista.
Parto del punto en que quedé el mes de febrero en la Preparación del Seminario, cuando me hacía estas preguntas ¿cómo leer a Dora, ahora?, tomando en cuenta la recomendación de J. Lacan en su Seminario y la propuesta de Ch. Melman de una nueva economía psíquica. En otras palabras, ¿cuál es el alcance del discurso del amo sin el requerimiento de la histeria?
De aquella ocasión, retomo también como “fracaso de la política”, la referencia hecha a la situación de violencia actual, que no es exclusiva ni de mi país ni de Latinoamérica, sino de extensión universal. Y finalmente, como tercer apuntalamiento – fundamental – la afirmación de Lacan en la lección del 10 de mayo de 1967 (Seminario La lógica del fantasma), un año antes de mayo del 68, evento precursor del Seminario El reverso… Allí dice que “el inconsciente es la política”, afirmación que para algunos es una provocación, quizá tan escandalosa como aquella otra de que “el inconsciente es lo social”.
Con estos tres hilos espero tejer la intención del título.
La Política que afirmo como fracasada, es la establecida como rectora de la organización social de Occidente a partir de la Grecia antigua, la de la Politeia de Platón y Aristóteles, que identifican Política con República y Sociedad, y en la que la Polis y su bien común es de interés y responsabilidad de todos los ciudadanos. Es el ejercicio de una ética que generó la consolidación de sistemas de gobierno, es decir de formas que aseguraran una gobernabilidad garante del bienestar común. Esa noción de fuerte compromiso del ciudadano, ha sido despojada, sobre todo en los siglos más recientes, de su valor original, y trastornada en lo que es hoy: una caricatura, un juego de títeres, producto de los ensayos que, aunque nacidos de ideales propios de sistemas y momentos históricos, exhiben como “política” y sin ningún decoro, un significante torturado y envilecido.
Considero que en los recorridos de la política y de la histeria hay un paralelismo, o mejor aún, según cómo lo veamos retrospectivamente, y es lo que propongo, un entrecruzamiento. Sin detenerme en su descripción y detalles, creo que podemos afirmar que ni la una ni la otra están hoy en el mismo punto de sus orígenes griegos o egipcios.
Así como ahora es suficiente que alguien se suba a una tarima y haga ofertas sin intención de cumplir y se llame “político”, también la histeria suele reducirse a un vulgarismo del lenguaje popular cuando se le dice a alguien “te pusiste histérica / histérico”, si grita, llora o reclama en cualquier tono. Ni el baratillo de la política ni el vulgarismo histérico nos interesan aquí. La histeria en su recorrido histórico siempre se mostró como un trastorno enigmático para quienes observaban sus manifestaciones. Así tuvo su inscripción en el campo de la medicina como una enfermedad de mujeres, porque era el útero el órgano que supuestamente desorientaba su comportamiento, tanto como el diagnóstico de los médicos. La inquisición de la Edad Media juzgó en ellas la intervención diabólica y les hizo pagar caro su desacato al orden divino.
Con Charcot, la histeria entra a la antesala de la neurología donde Freud la espera. Allí se aclara el meollo del síntoma histérico que da a luz el tesoro del inconsciente y con él, la expresión mayor de insatisfacción y con ella del deseo. Así, la historia de la histeria se constituye en el despliegue de un rollo que ha mostrado tantas facetas, desde la teatralidad seductora y desconcertante, hasta el contorneo de la locura psicótica, recibiendo los más duros castigos: el desconocimiento, la represión, el repudio, la sanción moral, y hasta la muerte.
Ahora podemos decir que no habría que sorprenderse de que esta historia haga su “parada” más importante en el encuentro con Freud-el-padre, el Padre del psicoanálisis, al que le mostrará el lugar del Padre en la estructura. Este Padre-psicoanalista no se desconcierta, más bien acierta al reconocer la demanda de palabra y de escucha sin censura. De Freud a Lacan la histeria sigue su curso, de la patología al mito y a la estructura, estructura de las neurosis; y desde allí a ocupar un lugar de particular relevancia en la estructura de los discursos. Si Dora le permite a Freud descubrir el lugar funcional del padre, Lacan decanta la enunciación implicada en el modo en el que ella se dirige al amo, al significante amo, en su modo particular de hacer lazo social: con la queja, la pregunta, el síntoma, la reivindicación, entre otras, como las exclamaciones más notorias de su insatisfacción.
En el discurso de la histeria Lacan escribe el significante $, el del sujeto dividido portador del deseo, en el lugar dominante. Desde allí, dando cuenta de la falta, es decir de la castración, la histérica (hombre o mujer), se dirige al otro, al S1 esperando reconocimiento, respuestas. Estas formulaciones las constatamos todos los días en la clínica psicoanalítica, pero estamos menos habituados a ver su alcance más allá del hospital o del consultorio, es decir la dimensión social que tienen los discursos, que ni Freud ni Lacan niegan. En esta dimensión me detengo ahora, para extender hacia fuera la connotación de “lazo social”, no como una extrapolación de resultados, pero sí como buen recurso de explicación de estos vericuetos poco investigados de lo social.
Si seguimos el hilo de la histeria, ya aceptado como no exclusivo de las mujeres; si dejamos de lado su exclusión de los manuales de psiquiatría, la encontraremos en las manifestaciones sociales de reclamo, sean éstas de los chalecos amarillos, los ponchos rojos, las manifestaciones llamadas de “oposición” política, o de feministas, las climáticas, las migratorias, antirracistas, etc., etc.
El discurso de la queja, reclamo o protesta, venga de quien venga, no es cómodo para quien lo escucha. La histeria siempre será perturbadora por preguntona, por demandante, porque quiere mover lo establecido. En su dinámica está el otro a quien se dirige, y si en la clínica ese otro es el analista, en la convivencia social es el marido, el jefe, el líder de una institución particular, o el Jefe de Estado que asume la administración del bienestar de un país, su gobernabilidad.
El gobernante, potenciado con la autoridad que le da su lugar, investido de la responsabilidad que le otorga y exige la política de la Politeia, tendría que saber-hacer con la protesta y la demanda, para transformarlas en efectos sociales productivos. En la “política” banalizada como tal en nuestro país, se manipuló y destruyó el contenido de la palabra “diálogo”, llevando la protesta a la violencia a muerte, dejando caer en manos corruptas el ejercicio del gobierno. Fracaso de la política de Estado, incremento de la violencia. Ecuador, Latinoamérica, Inglaterra o Francia, Rusia en Ucrania, Oriente Próximo u Oriente Medio. El diálogo, como palabra y escucha: expulsados de la política.
Si políticamente se trata de una dialéctica entre lo ideal y lo real empírico, las elaboraciones freudianas conducen la lógica lacaniana que puede ratificar la imposibilidad del bienestar soñado por la humanidad. Freud prefirió hablar de malestar, del malestar propio de la civilización y estableció sus razones: las pulsiones y pasiones humanas son demasiado fuertes para garantizar su control. Es decir: fracaso anunciado, gobernabilidad imposible.
La demolición del Padre bajo cualquier figuración, las defensas siempre variadas que se levantan contra la castración, dan y seguirán dando cuenta de la movilidad entre los discursos; hoy he querido resaltar la tensión que se genera entre el discurso de la histeria y el del amo.
Con esta breve reflexión, rescato el lugar de honor que la histeria (o la histerización del discurso, si se prefiere) cumple en la clínica y en lo social, la función de borde que permitió saber de la represión, y decantar el sujeto del inconsciente y su síntoma, en otras palabras, la inevitable presencia de la equivocación humana. Es decir, ella hace de garante del sujeto, de promotora de los cambios sociales, no siempre para ser escuchada o entendida.
Del otro lado (o lugar del otro) está el amo, a quien ella se dirige. En este seminario se puede leer la progresión que Lacan despliega de la filosofía al psicoanálisis, del lugar y función del esclavo al lugar y función de la histeria, decantando los pasos del padre debilitado de la histérica para rescatar allí el padre muerto, el padre real, y llegar al analista como agente de la castración. En el campo de lo social, la histeria no se dirige ni encuentra al analista como destinatario: en el lugar del otro está el marido violento o el jefe autoritario, sea el jefe de oficina o el jefe de Estado, de donde le retorna la escalada de respuestas que buscan ignorarla, utilizarla o, de manera tan frecuente, someterla a conocidas formas de violencia, preferentemente la sexual.
Termino con esto, subrayando la capacidad que tiene la histeria de reinventarse, mostrando sus posibilidades de pasar de las preguntas a las respuestas, aunque en este camino pueda perderse… equivocando la ruta en la competencia fálica.
[1] Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina.