El complejo de colón
09 octobre 2000

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MELMAN Charles
International

Se trata de repensar los efectos de ese momento en el que un puñado
de hombres estuvo en la posicion « divina » de tener que ordenar el caos, de nombrar
las cosas y los animales, de gozar de la mujer como de lo real mismo.

Aquel tiempo excepcional es aún localizable en la actualidad
de un discurso que llama al Amo absoluto, a la animalidad de la víctima,
a una guerra de sexos en la cual el vencedor no es el que se cree.

¿Un psicoanálisis está acaso en condiciones, y de
otra manera que la religion, de hacer prevalecer el pacto sobre el trauma cuando
es éste quien hace el goce?

No he encontrado un camino fácil para exponerles algunos puntos
sobre este tema de la colonización y les pido me disculpen. Si lo que
les refiero les parece difícil o extraño, les agradecería
que me interrumpan sobre la marcha y que me interroguen sobre tal o cual punto
abordado.

Estos puntos son abordados, ustedes saben, sobre un terreno cuidadosamente
preservado. El terreno del colonialismo en el que nos aventuramos este año
está cuidadosamente preservado por una argumentación que es o
bien política, o bien religiosa, o bien moralista. Hay que decir que
hoy, tomar posición sobre este tema es relativamente fácil puesto
que… ¿quién no esta hoy contra el colonialismo? Sobre todo que,
como ustedes saben, no nos cuesta nada, hoy en día, puesto que podemos
pensar que las formas de dominación han tomado otras figuras desde el
colonialismo.

Sin embargo, es muy posible que en el transcurso de esta noche, a propósito
de este tema, se produzca un cierto tipo de colonialismo respecto de lo que
voy a decirles.

Si mis propósitos parecen raros, parecen extraños, si algunos
de ustedes se preguntan: ¿de que región exótica vienen esos
propósitos? Es posible que estén tentados de aplicarles un sistema
de descodificación ideológica, quiero decir que los escuchen a
su manera, a la manera que les es familiar y tal vez sea una de las formas discreta,
moderada, latente de lo que también se puede llamar hoy el colonialismo:
es decir la dificultad de captar lo real de otro modo que por los parámetros
que nos son familiares a unos y a otros.

En todo caso, tal que he tratado de introducirla, mi reflexión,
nuestra reflexión, aquí, no será ni política, ni
religiosa, ni siquiera moralista, ni tampoco antropológica: quiero decir
que no tendremos de ningún modo una mirada de observadores sobre este
fenómeno. La mirada del observador, por bien intencionada que sea, solicita
un esclarecimiento sobre sus métodos, esclarecimiento que no siempre
es convincente puesto que puede pensarse que aquel que esta en posición
de observador participa más o menos de un cierto voyeurisme.

Así pues, la pretensión —y no es poca cosa— es
de haber, sobre este tema, cuidadosamente preservado decía, de haber
intentado una reflexión que sería propiamente psicoanalítica.
¿A partir de qué? A partir no tanto de la aplicación de cierto
número de conceptos venidos del campo del psicoanálisis a los
problemas del colonialismo, sino, en lo que me concierne, esta noche por ejemplo,
esencialmente a partir de lo que me han querido enseñar los pacientes
o las pacientes, que tengo la oportunidad de encontrar, que tengo la oportunidad
de conocer, que pertenecen a esas zonas habitadas por el colonialismo y que,
debo decir, me enseñan mucho. Y si ellas me enseñan no es tanto
por lo que ellos o ellas pueden decirme sobre este fenómeno, sino por
lo que yo puedo constatar que hay de original en sus problemas subjetivos, en
sus identificaciones, en su modo de relación [rapport] a lo real, en
su relación a la sexualidad y que me llevan a pensar, quizás sin
equivocarme, que su destino subjetivo está todavía ordenado por
lo que ha podido impregnar su país y que es el colonialismo.

Entonces, ¿de qué manera avanzar, ahora mismo, sin apelar justamente
a esas categorías, a esos conceptos que no merecen venir sino al final
y que entonces me resulta difícil hacer valer de este modo. ¿Como
testimoniar de ello? Me permitiré imaginar una situación fácil
sin duda, pero que después de todo puede eventualmente servirnos.

Supongamos que, dentro de un rato, saliendo de esta Casa de América
Latina, tengamos una sorpresa y que no encontráramos más el bulevar
Saint Germain. Y que nos encontráramos ante un paisaje donde tuviéramos
dificultad para identificar tanto la vegetación como los minerales y
que vengan delante nuestro unos habitantes de quienes reconoceríamos
evidentemente muy rápido, por su aspecto, que no son semejantes, y cuyos
propósitos proferidos en una lengua extranjera no nos permitan de ninguna
manera de identificarnos a ellos. Perdónenme si me sirvo de una situación
a fin de cuentas tan simple, tan rudimentaria, completamente artificial, para
tratar de dar una intuición, un acceso intuitivo a lo que intento decir.

Puesto que es evidente que ante esta situación, la alternativa va
a ser simple: la cuestión que va a plantearse enseguida es de saber cuál
de nosotros dos —digo nosotros dos para simplificar—, cuál
de nosotros dos va a ser el Amo. Es posible que yo sea tomado por un enviado
del cielo, esperado desde siempre, según los mitos, y que sea acogido
de entrada con consideraciones y que se me testimonie algo de sumisión.
No obstante será fatal que, a partir del momento en que comenzaré
a interesarme, no tanto en los bienes, puesto que para el caso, los bienes eran
de la comunidad, al parecer, no tenían el sentido de la propiedad, pero,
si comienzo a interesarme en las mujeres o en las hijas de estos hombres, va
a haber inevitablemente algunos problemas…

Interrumpo aquí esta « fábula » para tratar de hacerles sentir
enseguida las categorías esenciales que se encuentran inmediatamente
implicadas. En efecto para mí que vengo de ese país lejano, la
realidad con la que tengo que vérmelas allá lejos, y con la que
ustedes tienen que vérselas, esa realidad es una realidad familiar, es
decir que no la veo, que no tengo necesidad de conocer el nombre de los árboles
de mi jardín para tener en ese jardín un sentimiento de familiaridad,
no tiene nada de preocupante. Ni siquiera tengo necesidad de nombrarlo, eso
ya lo han hecho por mí, estoy tranquilo en mi jardín. Y lo estoy
aún más puesto que aquellos que eventualmente encuentro, sea que
lo atraviesen o que lo bordéen son lo que se llama semejantes. Dicho
de otro modo, esta realidad no hace sino confortarme en mi propia identidad
y, en cuanto encuentro una figura un poco extraña, me ahorra la dimensión
de la angustia y me hace, de inmediato, interrogarme también, frente
a esa figura extranjera, sobre mi propia identidad.

Esta experiencia, esta fábula que yo evocaba hace un momento procura
hacer patente lo que se produce para cada uno de nosotros, y aún hoy,
cuando estamos confrontados ya no a esta dimensión de la realidad, que
nos es así familiar, que es tranquila, que nos deja en nuestra quietud
y nuestra somnolencia, que no nos excita para nada, en general, sino cuando
tenemos así acceso a esa categoria completamente singular y que llamaré
con un nombre consagrado justamente, aquella de lo real: eso ante lo cual me
encuentro impedido, inhibido, aunque sólo fuera porque no sé qué
nombres podría llegar a dar a lo que constituye ese paisaje, así
como a sus habitantes. Entonces, si hay en alguna parte un lugar que me parece
propicio para poder asentarme, puedo llamarlo… San Salvador por ejemplo. Y
luego, si hay otros que me parecen igualmente propicios para servirme como punto
de apoyo, puedo darles el nombre de mis ancestros, o de mis jefes, o de mis
reyes. Lo que quieran, y así sucesivamente. Es decir, que es a través
de esta primera operación, la de nominación, que voy a intentar
dominar, de volverme familiar ese real al que estoy así enfrentado.

Lo propio de ese real, es que me parecerá, en la medida en que además
está poblado, me parecerá igualmente de manera inevitable —es
así, perdónenme si este salto les parece un poco rápido,
un poco atrevido, pero eventualmente me reexplicaré al respecto—
que ese real está forzosamente habitado por un dios: un dios extranjero,
del cual nada conozco, pero que representará para mí una fuerza
obligatoriamente amenazadora. Y en este movimiento que sera el mío, aunque
fuera tan sólo en un movimiento de salvaguardia —dejemos de lado
las razones « civilizadoras » que puedo darme—, es decir una vez más
no solamente para proteger mi propia identidad, sino para mantener mi propio
dios, mi propia salvación, voy tener propensión a, ese dios, ya
sea a querer hacerlo un vasallo para mí, ya sea, lo que evidentemente
es mucho más tranquilizador, a eliminarlo, a destruirlo.

Como ustedes ven, trato de continuar una reflexión que, de alguna
manera, tome en cuenta un movimiento inocente, no elaborado, espontaneo y propio
de un hombre cualquiera, quiero decir, aquél que podríamos ser,
quizás aquél que somos, unos u otros, y que, ubicado en una situación
de ese tipo, se encontrará seguro de su derecho o, aunque no fuera sino
para asegurar su supervivencia, será llevado a tener actitudes que, lo
más a menudo, casi siempre, es en todo caso lo que la historia nos enseña,
serán de ese tipo. ¿Entonces, por qué la supervivencia? ¿Es
solamente la supervivencia de mi identidad, o no será también
mi supervivencia real, física? Y bien, lo que aquí amenaza efectivamente
mi existencia, es que frente a este desconocido, lo que nos ocasiona problema,
tanto para él como para mí, es que ningún pacto nos une.
Y por pacto no entiendo de ninguna manera un tratado histórico, pacto
de paz que habríamos concluido antaño entre nuestras tribus, no
se trata de eso.

Se trata más bien de ese pacto tácito, implícito,
al que llamamos en nuestro campo, simbólico, y tal que, cuando nos encontramos
aquí, unos y otros, lo más a menudo, lo que regula nuestra relación
mutua es ese pacto, no formulado en ninguna parte y que no es previamente recordado,
pero que hace que —en general, no es obligatorio— nos reconozcamos
como semejantes. Es decir como dependiendo no solamente de una razón
común, no es eso lo que funda la similitud, aunque ésta haya sido
buscada, como ustedes saben, en la racionalidad, sino que nos reconocemos como
hombres, ¿cómo decirlo?, marcados por las mismas debilidades, los
mismos defectos, marcados posiblemente por la misma vanagloria, y que hace que,
en todo caso, un diálogo parezca poder establecerse. No siempre es el
caso, como saben, pero no es usual que en la relación que tendremos,
el tipo de conflicto que se establezca sea un conflicto del tipo: o tú
o yo, implicando la eliminación física del otro. Habitualmente…
comúnmente, habría que decir. Podemos enojarnos, podemos insultarnos,
podemos romper relaciones, pero yo diría que, comúnmente, no entramos
en este tipo de exclusiva.

Resulta que en el encuentro fabulado por mí hace un rato, este tipo
de pacto no esta establecido, y no basta que yo lo establezca para que el otro,
al mismo tiempo, lo haga también. Ésa es justamente la dificultad.
Hay entonces allí, si cabe decir, en la relación al prójimo,
ya no digo « al semejante », un problema de distribución de lugares [places]
que, de alguna manera, es totalmente inhabitual en relación a la distribución
a la que yo podía, hasta ahora, estar acostumbrado. Si procedo como lo
hago, sigue siendo para volverles patente que se trata de dificultades para
los protagonistas de esta situación, de dificultades reales, que no dependen
ni de su buena voluntad, ni siquiera, diría, de su humanidad, porque
es su « humanidad » que hace que ellos aprehendan lo real de la manera fabulada
como traté de hacerlo. Es porque somos « humanos » que vivimos nuestro
encuentro con el prójimo de la manera que acabo de referir. El problema
es que este dispositivo, es decir, el hecho de que entre esos dos lugares exista
desde ahora una especie de conflicto permanente, es tal que que ya ningún
pacto, parece ser, llega a resolverlo —es en todo caso lo que me parece
que la historia nos enseña.

El hecho de que entre estos dos lugares [places] exista un conflicto llevado
a perpetuarse, me parece dar cuenta de la situación singular proseguida,
mantenida por el colonialismo, incluso cuando sus formas más evidentes,
cuando sus formas políticas más flagrantes han desaparecido. Este
establecimiento inicial de un conflicto entre esos dos lugares —que ya
no puede resolverse más que por la violencia y por la fuerza, más
que por una especie de guerra, una forma de guerra permanente y donde el encuentro
ya no será con un semejante, sino siempre con un prójimo, es decir
alguien con respecto a quien hay que siempre repetir el acto de violencia inaugural—,
me parece la situación, la herencia a la vez política y espiritual,
la catástrofe espiritual y política dejada por el colonialismo,
incluso cuando esta forma, política, estoy diciendo, ya no existe. Y
este tipo de separación [clivage], este tipo de foso va a ser la matriz
de la organización subjetiva.

Antes de abordar este punto les hago inmediatamente notar, al pasar, que
es evidente que los únicos —en todo caso es de lo que la historia
nos da testimonio una vez más— que trataron de deshacer esta heterogeneidad
radical entre los dos lugares y los únicos que trataron de hacer valer
al prójimo como un semejante fueron, al parecer, los religiosos. Por
razones que, por lo demás, se comprenden, es decir la voluntad de afirmar
que todas las creaturas sobre esta tierra eran los hijos de un padre único;
y que entonces, este tipo de desconocimiento, es decir esta imposibilidad de
reconocer al prójimo como un semejante, era una anomalía que debía
ser suprimida. Y creo que es una posición, una toma de posición
que sigue marcando una parte de la Iglesia por lo menos, una parte importante
de la Iglesia en estos países.

Puesto que ustedes parecen, hasta ahora, aceptar sin demasiado protestar
lo que digo, voy a dar un paso más tratando de hacer valer de qué
manera ese tipo de heterotopia radical entre esos dos lugares [lieux], el hecho
de que el pacto entre estos dos lugares no llegue a anudarse, de qué
manera esta heterotopia conduce a incidencias subjetivas que pueden ser determinantes.

Hay una que es evidentemente esencial para cada uno y que concierne a su
identidad sexual. Hay, ¿cómo diría?, esta repartición
que ustedes saben y que sitúa a los amos de un lado, en uno de esos lugares
[lieux], atribuyéndoles, parece ser, la cualidad de varones y luego,
en el otro lugar, aquella a quien le corresponde ocupar el lugar [place] de
la mujer y que se supone tendría que encontrarse en una posición
de… no diría de sumisión, sino en una posición, por
lo menos, de acuerdo, justamente en una posición de pacto con el compañero
varón. No voy a contarles, a ustedes…, que cuando en un hogar, en un
matrimonio, este pacto no existe entre los dos miembros de la pareja y que la
elección de los lugares [places] está ordenada esencialmente por
la relación de fuerzas, eso provoca siempre algunas dificultades, algunas
complicaciones. En el caso que estoy evocando, la falta de pacto entre esos
dos lugares, vemos enseguida de qué manera el riesgo es efectivamente
de que una relación de fuerza se establezca entre los dos miembros de
la pareja. Y yo diría incluso, de qué manera la identificación
sexual llama a cada uno de estos miembros a manifestar cierta tenacidad, en
ese afrontamiento, como si uno de los rasgos que permiten marcar la identidad
sexual de uno y otro estuviera ligado a la manifestación, a la existencia
de esta tenacidad. Es una primera pequeña observación, digo tímida
aquí también, y que hago al pasar.

Voy a aventurar una más: contrariamente a lo que se cuenta sobre
la virilidad, se comprueba de manera totalmente clara, totalmente explícita,
que el lugar [place] fuerte, el lugar que en nuestro lenguaje llamamos el lugar
fálico por excelencia, es aquél que está ocupado por la
mujer. No es porque sostenemos, así, todo un bordado cultural en torno
a la lucha de los sexos y todo lo demás, que tenemos que desconocer ese
punto. Lo que hace que en la situación que evoco aquí, por un
extraño fenómeno, será la que viene en este lugar de supuesta
debilidad, que se supone como el lugar del vencido, que va a manifestar no solamente
de la más afirmada calidad fálica, diría yo, sino que además
podrá de algún modo perpetuar, de manera completamente inesperada,
todos esos dioses que se supone destruidos, que se supone borrados, enterrados,
pero que pueden conservar sus llamas bajo la ceniza. Ella estará entonces
en condiciones, en ese lugar extraño [lieu], de mantener una forma de
culto a aquellos, incluso si les es parcialmente opaco. Como ustedes saben,
en todo caso —y creo que es un hecho en el cual no muestro ninguna audacia—,
en las poblaciones oprimidas, si los ancestros llegan de alguna manera a ser
transmitidos, clandestinamente, a sobrevivir, incluso cuando ya no hay rituales,
o que esos rituales deben ser reinventados, es a través de las mujeres
que se hace. Y no solamente porque lo más a menudo era a ellas a quienes
se trataba con indulgencia —por las razones que se adivinan. Si me permito
insistir un poquito sobre esta paradoja es porque es la única capaz de
dar cuenta de cierto número de otras paradojas. Por ejemplo ¿por
qué es la mujer quien en ese dispositivo corre el riesgo de parecer la
garante más segura de lo que nosotros llamamos en nuestro lenguaje, el
falo? Trato de explicar de esta manera por qué fenómenos como
el travestismo pueden producirse de manera aparentemente sorprendente, en grandes
países…

Quisiera llamar su atención sobre una tercera incidencia: en ese
dispositivo este hecho que llamamos en nuestro registro, nosotros los psicoanalistas,
la castración, es decir esta merma que padecemos unos y otros en la expresión
de nuestro deseo y que al mismo tiempo funda este deseo, esta merma en ese dispositivo
ya no tiene cabida. Quiero decir que estamos así expuestos —y esto
me parece una de las herencias del colonialismo— a tener de un lado gente
que para hacerse valer buscaran hacerlo como amos absolutos, es decir que no
conocen ningún freno en la busqueda de su satisfacción y en particular
en su relación al prójimo: se comportarán sin ningún
miramiento y por otro lado no lograrán hacerse reconocer como amos sino
con esta condición, es decir no ser detenidos por nada. Del otro lado
tendremos en el otro lugar un fenómeno que podría ser semejante,
es decir la expresión de feminidad, de una feminidad que tampoco llegará
a hacerse valer, a hacerse reconocer sino en la medida en que ella sería
rebelde, en se propondría como rebelde a cualquier amo que sea.

Ven que procedo por rasgos completamente masivos, que al mismo tiempo,
claro, son forzosamente excesivos, pero para tratar de volver patente, aunque
fuera de manera grotesca, de qué modo una situación política
original y originaria es susceptible de proseguir su efecto, su influencia,
incluso cuando esta situación es superada, de proseguir su influencia
sobre aquellos que se encuentran atrapados en ese tipo de discurso y cómo,
sin saberlo, se encuentran comprometidos en un proceso que puede evidentemente
plantearles un problema.

Quisiera de nuevo hacerles notar que esta situación originaria,
evidentemente, incluso si su expresión política inicial ha desaparecido,
continúa dominando la vida política de los países que han
conocido el colonialismo y podríamos también evocar el África:
es decir la manifestación de un poder, la expresión de un poder
esencialmente preocupado por sus propios intereses y la existencia de una población
que, por supuesto, va a conducir el combate político, pero con esta suerte
de maleficio singular tal que, cuando esta población llega de alguna
manera al poder, va a encontrarse propensa, a través de sus delegados,
de sus representantes, a reproducir la situación que ella había,
sin embargo, combatido. Creo que hay allí un tipo de obstáculo
al advenimiento de lo que llamamos, nosotros aquí, la democracia. Es
un tipo de obstáculo incluso cuando allá existen formas democráticas,
de gobierno, pero la perpetuación de ese tipo de repartición parece
producirse cada vez de manera casi inevitable y sea cual fuere la calidad, yo
diría, de los protagonistas, sea cual fuere su generosidad y su inteligencia.

Y ahora, puesto que han tenido la amabilidad de escuchar todo esto sin
protestar demasiado, querría terminar con la observación siguiente:
el colonialismo, en cuanto hablamos de él, el tema nos toca a todos.
Es por eso que tengo la impresión, al osar hablarles de este modo, que
corro el riesgo, sin cesar, de herir sensibilidades e inteligencias. ¿Por
qué esto nos concierne a todos y de una manera tan viva?, puesto que
despues de todo, algunos de nosotros aquí, no hemos necesariamente conocido
ese tipo de experiencia. ¿Por qué ese tema continúa conmoviéndonos?
Intentaré una explicación a esta sensibilidad que es la nuestra,
sobre este tema, de la siguiente manera: ¿de qué modo este fenómeno
podría ser evitado?, ¿en qué circunstancias, un encuentro
con el prójimo, no el semejante sino el prójimo, podría
acarrear otras reacciones que las que yo evocaba hace un instante? ¿Sería,
por ejemplo, en el hecho planteado, defendido por los religiosos, el de revindicarnos
de un Padre común? Dicho de otra manera, todo hombre que yo encuentro
es mi hermano, mi semejante.

La dificultad, como ustedes saben es que este tipo de afirmación,
este tipo de mantenimiento, no se sostiene desgraciadamente frente a las particularidades,
sean ellas lingüísticas o culturales, históricas u otras
que hacen para mí, de mi semejante, un prójimo, un extranjero,
entonces esta universalidad no se sostiene frente a estas particularidades que
me separan de mi semejante y que harán, parece ser —es en todo caso
lo que vemos todos los días producirse en nuestra historia— y que
van a hacer que, más que el pacto que evocaba hace un rato, será
la guerra que va a regir nuestras relaciones. ¿Quién empezo?, ¿es
él?, ¿soy yo? Es un tipo de situación donde es siempre difícil
pronunciarse.

Como quiera que sea, pareciera que la evolución —me permito
una pequeña consideración general que vale lo que vale—,
pareciera que la evolución en la que estamos atrapados, hace que al lado
de una especie de universalidad creciente, al mismo tiempo, paralelamente, se
marquen discrepancias cada vez mas acentuadas, que vaya a la par. Posiblemente
es normal que eso vaya a la par, quiero decir al mismo tiempo que una universalidad,
aunque ella fuera causada por el mercado que va mundializándose, pero
que vaya a la par con esta separación, con estas divergencias, con esta
afirmación de la singularidad de cada uno. Sin quererlo, evidentemente
—puesto que no necesariamente somos fundamentalmente malos, no somos fundamentalmente
buenos, somos más bien, en conjunto, gente un poco ingenua que seguimos
el curso de las cosas—, pareciera entonces que ese tipo de situación
propia al colonialismo, aunque esté históricamente caduco, a pesar
de las marcas, las cicatrices profundas que deja o ha dejado, tenga no obstante
la probabilidad de propagarse. Y puede que sea una de las razones… quizás,
no sabemos, quizás haya otras que son las buenas, quizás sea una
de las razones que continúan poniéndonos tan desollados, tan al
vivo, sobre estos problemas del colonialismo.

Para concluir de una vez y puesto que mi título trataba sobre Colón,
« el complejo de Colón ». A partir de lo que sabemos de él, era
seguramente un hombre inteligente. No tenemos ningun testimonio en sus cartas
de malevolencia alguna respecto a aquellos con quien se encontró. Al
contrario, son más bien consideraciones amables, halagadoras. Es verdad
que habían sido recibidos como dioses, antes de estropear un poco la
situación. Lo que no obstante es instructivo es que fracasó por
completo. Está claro. El fracaso no está solamente inscrito en
su propio recorrido. Debía haber seguramente en él un sentido
de las cosas muy aguzado, un sentido de las cosas y de los hombres. Para haber
podido llevar su tropa de marineros hasta allá, le hicieron falta no
solamente cualidades de navegante pero también cualidades de psicólogo.

Y bien, finalmente aquello en lo que no quiso interesarse es de lo que
iba a pasar en tierra. Era capaz de explorar, de descubrir, pero no quiso interesarse
en lo que había instaurado, lo que iba a pasar con esos pocos hombres
que había dejado en ese primer fuerte, como si no hubiera podido adivinar
lo que iba a producirse, ¿no es cierto?, o como si no hubiera querido saberlo,
como si hubiera preferido no saberlo. Y el fracaso de lo que pasó en
tierra es también el fracaso de su propia vida. Quiero decir que está
íntimamente entretejido. Se dice, evidentemente: él habla todo
el tiempo del oro que había que encontrar, etc. En realidad, está
bien claro que se trataba de pagar a aquellos que habían financiado su
recorrido, y de dar entonces otra validación que la religiosa al gasto
hecho por Fernando e Isabel, y también por los bancos que habían
pagado. Pero, en fin, no da la impresión de haber sido él, un
hombre inmediatamente interesado. De hecho sabemos, saben en qué estado
murió. Se le reprocha también el haber inaugurado la trata de
indios, de haber comenzado por expedirlos a España, y es la razón
por la cual, además, la canonización le habría sido negada,
su expediente quedo parado. Pero basta con leer sus cartas: allí también
vemos bien que, a parte de todas las justificaciones que podía dar a
aquello, vemos bien que eso de lo que se trataba para él, era ahí
también de reembolsar a sus acreedores y que, a falta de encontrar oro,
enviaba lo que podía convencer a sus patrones de proseguir, de conservarle
su apoyo.

No lo estoy justificando. Sino que estoy simplemente señalando que
aquél que comenzó una empresa —y es curioso verlo en todos
los libros de historia que lo conciernen—, cuán al pie de la letra,
cada vez, se le toman sus motivos. Como si los motivos que se dan, fuesen aquellos
que hacen que uno se comprometa en una empresa. Es evidente que uno se compromete
en una empresa dándose motivos, pero ¿son alguna vez estos los que
motivan…? Pero poco importa la manera en él que ha podido ser tomado
al pie de la letra.

En todo caso lo que es límpido, creo, es que fue el representante
más sensible del fracaso primero, inaugural, de la colonización,
aunque haya querido dar a su nombre esta ortografía que ustedes saben,
es decir Colomb. Es el representante de aquél, yo diría el primero
y muy significativo, y nos conviene retenerlo, quiero decir como ejemplo, es
decir de demonstración de una empresa que no podía sino saldarse
por un fracaso fundamental. Lo que hace que si verdaderamente nos interesamos
en la historia para sacar algunas lecciones, si es el caso, tendríamos
todavía que preguntarnos hoy en día: si todo eso es verdad, si
es verdad que no puede terminarse más que por un fracaso, ¿qué
lección?, ¿cómo tenemos que escribir esta lección
para que este fracaso pueda eventualmente cesar, para que las cosas sean de
otro modo?

Debo decirles que los trabajos que he recorrido, algunos en todo caso —no
he podido cubrir toda la bibliografía, habría sido sin duda necesario—,
pero algunos de los trabajos que he recorrido para sustentar mis palabras de
esta noche eran todos trabajos eminentemente tomados, justamente, por la ideología
del autor, cualquiera que sea, trabajos escritos por ejemplo… no es necesario
recordarles todas las ideologías que, inmediatamente, se apresuraron
para analizar el problema, sin haberlo jamás logrado —incluso cuando
esas ideologías están en el poder—, sin haber logrado sobrepasar
ese problema, volverlo… sin permitirles, a los protagonistas que continúan
padeciéndolo, desprenderse de él, no ser así siervos de
su historia.

Entonces, si hay una pregunta que, creo, merece ser planteada a los que
todavía se interesan en el asunto, es justamente la siguiente: ¿qué
habría que decir y qué se debería hacer, y cómo
hacer —y… ¿es acaso posible, después de todo?— para
que las cosas puedan ser un poquito diferentes, no solamente para aquellos que
son los herederos inmediatos de esta situación colonial, sino también
para nosotros mismos?

Éstas son mis proposiciones. Les agradezco por no haber protestado
demasiado sobre la marcha.

DISCUSIÓN

W.: (pregunta inaudible…)

Ch. Melman: Es cierto que cuando aquél que es el depositario del
poder, aunque sólo fuera en la familia, dispone, es reconocido usualmente
como investido de todos los poderes, sin límites —es lo que evocaba
hace un rato— no siendo un verdadero amo sino en la medida en que se sustrae
a la castración; es evidente que en ese caso el problema de la relación
incestuosa padre-hija se presenta bajo una luz especial. Es cierto. Es evidente
que hay en ese caso una relación inevitablemente particular del padre
a sus hijas. Ése es ahí también un efecto de una situación
histórica dada y de sus consecuencias. Es evidente que ello contribuirá
a la formación de esta organización subjetiva que yo evocaba hace
un rato. Pero es un tema del que es difícil decir mucho.

Ahora, el problema del genocidio. Es el problema de una parte de América
Latina, puesto que los portugueses se comportaron, parece ser, de manera diferente.
Es incluso un punto, creo, que merece ser aislado y retenido, y que merecería
ser desarrollado. Es por eso que había en los portugueses —no sé,
quizas debido a la familiaridad que ya tenían con África—
una relación al prójimo que era más bien una búsqueda
de satisfacción con el prójimo, es decir el buscar gozar del prójimo,
¿no es cierto?, más que sentir la necesidad de eliminarlo. Y es
algo que aquí he…, los sociologos que he podido leer sobre el Brasil
en general, celebran más bien lo que fue una aptitud que pretendía
más bien hacer entrar el prójimo en el registro, más que
del temor, más que de la angustia, hacerlo más bien entrar en
el campo del goce, en la intención de juntos tener hijos. Y, por lo tanto,
la de establecer cierto sincretismo religioso, al mismo tiempo, ¿no es
cierto? Mientras que, al parecer, no fue igual, seguramente por razones históricas
dadas, de parte de la colonización española.

Ahora bien, quizá es útil en todo caso acordarnos de que
existió una gran civilización que fue la civilización romana,
para quien el poblema de la colonización fue resuelto en su conjunto.
La colonización romana no se lanzó sino exepcionalmente —y
sólo por razones históricas bien precisas— en lo que no podría
ser otra cosa que una exterminacion de una poblacion local. Sino que, al contrario,
la civilización romana, parece ser, era capaz de abordar el problema
de civilizaciones muy diversas, reunidas en un mismo imperio, de una manera
que merece que nos cuestionemos. No sé si podemos decir que eran buenos
o malos amos, pero, en todo caso, podemos simplemente notar que, en sus procesos
de expansión, actuaron de una manera original, y que nosotros no hemos
podido volver a encontrar.

A. Ferreto: En el coloquio franco-brasileño de psicoanálisis,
usted propuso una escritura del discurso del Amo que sería diferente
en los países colonizados. Y pues, la barra ya no sería horizontal,
sino vertical. De lo cual usted sacó cierto numero de consecuencias,
creo, usted ha comentado esta noche… ¿Cómo, a partir de esta escritura,
hacer rotar las letritas y producir las otras? ¿Es acaso posible? ¿Eso
produciría acaso discursos, universitario, histérico y psicoanalítico,
diferentes, o conduciría quizás a quedarse en esta escritura,
a no pasar a otras?

Ch. M.: Desgraciadamente, si esa escritura es exacta, en el caso en que
fuera exacta, esa escritura no permite rotación.

A. F.: Lo que confirmaría pues la dualidad Amo-esclavo para siempre…

Ch. M.: Algo así, sí…

X: Es extremadamente desesperado…

Ch. M.: Es exactamente lo que quería decir señora.

M. Czermak: Una pregunta a partir del Perú de donde acabo de regresar.
Perú es un verdadero laboratorio de lo que pasa en América Latina.
Colonización española, imperio formidable, genocidio, pueblos
arrasados. El emperador Inca decía que, en su imperio, ningún
pájaro volaba sin su permiso. El genocidio tuvo verdaderamente lugar
entre los españoles por una traición. Se instaló un tipo
de relaciones en que, en nombre del Rey, se mataron entre ellos.

Si ellos estaban ahí, era en nombre de una búsqueda del Otro,
búsqueda de la que no podían ignorar que era fallida. La referencia
de los españoles al nombre del Rey no les servia sino de refugio a su
búsqueda del lugar Otro (cf el conflicto de Pizarro…).

Actualmente en el Perú, la respuesta fue dada en las últimas
elecciones. Todo el mundo se sorprendió por la elección de un
japonés que se presentó sin programa contra Llosa, español,
mundialmente conocido… la gente decía « Voto por lo que no conozco ».

Ch. M.: Me permitiré de hacer notar que me parece sumamente difícil
tomar al pie de la letra a alguien sobre sus motivos, sobre todo que sus razones
y sus motivos se encuentran directamente ligados a la necesidad de obtener los
capitales, un sustento, los subsidios necesarios para su viaje. Si nosotros
mismos fuéramos siempre tomados al pie de la letra en cuanto a nuestros
motivos, me pregunto si no tuviéramos la impresión de ser profundamente
incomprendidos.

Colón era efectivamente un hombre muy inteligente. En las cartas
que he podido leer de él, es sumamente simpático. Sabía
navegar no solamente en las aguas, sino también en las aguas políticas
de su época. Y entonces, me permitiré ser un poco prudente en
cuanto a lo que pudieron ser sus motivos (en el caso en que él hubiera
estado claro al respecto).

Estoy, en todo caso, impresionado por la incapacidad básica de este
hombre extremadamente diestro, hábil, político, una vez en tierra.
Tengo la impresión de un hombre que fue constantemente sorprendido por
las malas jugadas que le hicieron sus compañeros. Retengo esto como un
hecho de su personalidad que yo consideraría más bien en su favor.
Ése es otro debate. Este doble aspecto del que usted habla, yo no lo
he visto en sus cartas. Él parecía, en relación a los indígenas,
muy conmovido, muy sensible a sus talentos, a la capacidad de ellos, a su gentileza,
etc…

G. Sarmiento: A propósito del pacto simbólico: el pensar
el problema a partir de ahí, corresponde a justificar la propiedad liberal…
Sin quererlo usted, volvía esta ideología filosófica. Eso
tiene consecuencias para lo que sigue. Quisiera poner en duda todo lo que usted
ha dicho punto por punto…

El segundo punto, es que usted dice que la colonización tiene interferencias
subjetivas…

El problema de las mujeres… No creo que las mujeres puedan reconocerse…

Ch. M.: Me temo que usted no haya entendido bien eso de lo que se trata
en el pacto simbólico. No es exactamente eso de lo que usted habla: la
propiedad privada de la que, a decir verdad, no soy ni un defensor, ni un acusador.
Pero quiero decirle que el pacto simbólico es algo —y voy a tratar
de hacerselo entender si puedo—, es algo que esta presente, incluso en
nuestra asamblea, en nuestra manera de hablar. En cuanto alguien habla, ya sea
usted oye que él dice (es decir que es un sujeto que habla), ya sea oye
la cosa que usted sitúa como siendo la razón y la causa de sus
palabras; y a partir de ese momento, lo cual no quiere decir que esta cosa esté
ausente, pero a partir del momento en que usted la hace prevalecer con respecto
al hecho de que se trata de un sujeto que habla, a partir de ese momento, usted
rompe ese pacto simbólico.

Los coflictos entre amigos o en una pareja, los conflictos más agudos
pueden girar alrededor de ese punto, tan dificil de hacer sentir, que si uno
formula algo, el pacto simbólico sería que, lo que es dicho, sea
oído/entendido correctamente, es decir que el sujeto —hay un sujeto
que habla— podría esperar que, gracias al pacto simbólico,
él sea correctamente oído/entendido. Ahora bien, siempre es fácil
tomar unas palabras en su valor facial, o sea objectivado, es decir desconocer
el hecho de que sean cuales fueren los objetos de los que se trata, es alguien
que habla y por lo tanto testimonia así de una existencia, de una incertidumbre,
de una oscilación que busca hacerse reconocer, hacerse oír/entender,
oírse/entendesrse él mismo gracias a aquél que lo escucha.
Y siempre es muy, pero muy cruel, el obliterar la existencia que estaba ahí
tratando de hacer oír algo de sí mismo y de reenviarle el hecho
que eso se reducía finalmente a su interés, o a tal intención,
o a tal determinismo inconscient.

En todo caso, el pacto simbólico, no vayan a buscarlo muy lejos,
no vayan a buscarlo en Reich.

X: ¿Eso quiere decir dos personas que se escuchan?

Ch. M.: Ni siquiera es « dos personas que se escuchan », sino
dos personas que reconocen que, en la una y en la otra, hay consecuencias ligadas
por la palabra y, al mismo tiempo, abiertas a una pluralidad de sentidos por
ejemplo. Lo que hace el precio de esas palabras no es tanto lo que es solamente
significado, sino aquél que trata de hacer oír una voz.

Es lo que trataba de hacerles oír, ya a propósito de la interpretación
de los textos de Cristóbal Colón. No me permitiré hacer
un psicoanálisis de Cristóbal Colón y de decir qué
es lo que hay que oír/entender. ¡De ninguna manera!

Simplemente no hay que olvidar, si lo escuchamos a él mismo y lo
tomamos como un personaje histórico, que ahí hay un sujeto. Y
que conviene entonces escucharlo en el registro de la palabra, y darle a esta
palabra todas las vibraciones que merece, y oírla/entenderla como se
debe sin triturarla sobre el objeto, o sobre el interés, o sobre el sentido.
Encuentro ese proceder que consiste en querer triturar unas palabras sobre el
interés, lo encuentro fundamentalmente, metodológicamente falso.
Es falso. Es verdad que somos gente interesada, pero está claro que el
interés, a pesar de todas las construcciones filosóficas que podamos
hacer al respecto, no es necesariamente la meta final y la llave última
de nuestras palabras. A tal punto que mucha gente muestra que sus palabras pueden
conducirlos a la muerte, o al suplicio…, mucho más allá de lo
que podría parecer su aparente interés.

Pacto simbolico, eso quiere decir pues, primeramente, darle a unas palabras
la vibración que comportan siempre (salvo si es una computadora, una
máquina o un robot) y que entonces, creo, merce ser respetado. Si hubiera
sido posible —pero las condiciones históricas no lo permitían—
que la gente que ahí se encontraba en posición de ser conquistada
goce de una lengua común, y que pueda ser oída/escuchada ampliamente,
y que su palabra sea respectada, es probable que…

M. Belo: En relación a esta historia de pacto, quisiera preguntar
si esta ruptura del pacto se hace solamente entre aquellos que llegan y aquellos
que están allí; o si el hecho que, de golpe, los que llegan están
ante gente que no comprende; si el pacto no se rompe al mismo tiempo.

Ch. M.: Primero que todo hay que hacer notar lo siguiente : a partir del
momento en que alguien que habla, usted lo escucha y dice « Sí, ése
que habla es un…, entendí bien lo que dice, es un lo que quieran, un
antifeminista, un explotador, es un… ». [Fin de la grabación]